Aporofobia urbanística
Aprovecho la oportunidad que me brinda este curso para hablar de un asunto que siempre me ha provocado una gran irritación cada vez que compruebo por la calle que algún nuevo elemento del mobiliario, tanto si es privado como -especialmente- si es público, ha sido diseñado con criterios hostiles hacia el sinhogarismo.
La primera vez que tuve conciencia de esa deshumanización a la hora de concebir elementos arquitectónicos en una ciudad, fue con una noticia que vi allá por 2014, en la que se denunciaba la existencia de pinchos, concretamente en los exteriores de cajeros automáticos en Reino Unido. Recuerdo también el hashtag #AntiHomelessSpikes (#PinchosAntiVagabundos) y especialmente me impactó la imagen del exterior de una sucursal bancaria con clavos o pinchos en las esquinas, y en definitiva en las zonas en las que potencialmente se guarecerían las personas sin hogar. A continuación podéis encontrar la noticia que acabo de mencionar:
Indignación
en Londres tras la publicación de unas fotos de pinchos antimendigos | Euronews
Con el paso del tiempo, a veces por buscar noticias del estilo, y otras simplemente porque te llegan sin buscarlo, he ido comprobando que no sólo ocurre en el extranjero, sino que en nuestras ciudades, incluso aquellas más pequeñas, se dan este tipo de arquitecturas. Aunque habitualmente, con tal grado de sutileza que muchas veces nos pasa completamente desapercibido. No hablo de pinchos ni de barrotes, -que también los hay-, sino de estos otros ejemplos mucho más habituales y que es fácil no distinguir cual es su objetivo real: bancos públicos individuales, bancos públicos corridos, pero con formas serpenteantes, o circulares, o con reposabrazos, o discontinuos… todo ello realmente concebido para que sea incómodo o imposible tumbarse.
Si tod@s (mejor dicho: casi tod@s) estamos de acuerdo en que agredir a un mendigo es una aberración, y lo más bajo que puede hacer un ser humano... ¿por qué permitimos este otro tipo de agresiones? ¿porque son indirectas? Yo creo que ambas son expresiones de un tipo de discriminación llamada “aporofobia”, cuya definición viene a ser: sentimiento de rechazo, miedo, u odio al pobre, a la persona sin recursos económicos.
Vivimos en una sociedad que deshumaniza
a las personas en situación de pobreza extrema, excluyéndolas de la sociedad, de
modo que se crea una distancia simbólica entre “ellos” y “nosotros”, por lo que
parece sernos completamente ajeno lo que les ocurra. De hecho, parece que la
única solución que se aporta siempre, es únicamente sacarlos de nuestros
barrios, de nuestra vista, cuando lo único que provocamos con esto es la creación
de ghettos a las afueras, haciendo más difícil para estas personas su
reinserción social, mientras que con este tipo de mobiliario anti-vagabundos,
también nos prohibimos a nosotros mismos la posibilidad de aprovechar estos
espacios públicos para sentarnos a charlar con vecinos, reunirnos con nuestros amigos,
etc.
Está claro que no existe una varita
mágica con una solución sencilla que conceda un techo y comida diaria a cada persona
que carece de esto, incluso que hay personas que están tan castigadas por la
vida que ya no quieren ni utilizar albergues en caso de disponer de plazas.
Pero sí tengo claro que si existe una solución, pasa especialmente por el plano
colectivo. A nivel individual, todos podemos hacer un ejercicio de reflexión y
trabajar en nuestra empatía. Pero a nivel colectivo, veo dos dimensiones
importantes en las que se puede hacer mucho: desde la pedagogía (centros
educativos especialmente), y desde la política de lo público, siendo esta a mi
modo de ver, la fundamental. La lucha contra la pobreza y el sinhogarismo ha de
pasar por dotar de más recursos (soluciones habitacionales, programas de
reinserción social, etc.) pero jamás por hacer la vida aún más difícil a quien
ya la tiene muy difícil de por sí.
Imagen: Adoquines y asientos
antimendigos en la plaza de Tirso de Molina (Madrid), publicado en:
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